¿Cómo nos afecta el estrés?

Cada uno de nosotros siente y expresa el estrés de manera distinta. Por eso es importante observar que síntomas tienes y cómo te están afectando. Sólo reconociendo el estrés, sus causas, sus síntomas y consecuencias, podemos eliminarlo. Uno de los principales problemas es que con frecuencia ni siquiera nos damos cuenta de nuestro nivel de estrés. Nos acostumbramos a la vida que llevamos y ya no le prestamos atención a lo que sentimos o le quitamos importancia, porque creemos que no podemos hacer nada para cambiar lo que está pasando. No nos damos cuenta de cómo influye en nuestra salud y en nuestra vida en general, hasta que nos enfermamos o los problemas nos rebasan.

¿Por qué el estrés se convierte en un problema?

Se podría pensar que el problema del estrés radica estrictamente en que no soportamos continuar la guerra contra las presiones porque nuestro armamento se desgasta o porque nuestras municiones se agotan. Pues bien, el verdadero problema es que la misma reacción de estrés nos hace daño. Nuestro cuerpo se desgasta con tantas presiones, desgaste que se manifiesta de distintas maneras según la persona y el lugar del cuerpo.

En definitiva, el estrés es una reacción que básicamente funciona mejor en caso de emergencias y no funciona tan bien si se activa una y otra vez. La mayor parte del cuerpo se ve afectada por el estrés y cuando éste es prolongado o muy repetido, ocurre un desgaste.

Señales de alerta

Existen una serie de señales de alerta que vale la pena tener en cuenta todas ellas, indicios de “agotamiento” por las reiteradas sobrecargas de estrés. Un buen primer paso para manejarlo es escuchar las señales de tu cuerpo y tomar conciencia de cómo tú percibes el estrés.

Reacciones fisiológicas causadas por el estrés:

  • Tensión muscular
  • Frecuentes jaquecas
  • Frecuentes palpitaciones
  • Insomnio
  • Frecuente dolor estomacal
  • Hipertensión arterial
  • Problemas sexuales
  • Reacciones cognitivas
  • Problemas de memoria
  • Dificultad para tomar decisiones
  • Dificultades de concentración
  • Nerviosismo
  • Reacciones emocionales
  • Cambios de humor
  • Mayor irritabilidad de lo habitual
  • Tristeza
  • Preocupación y ansiedad
  • Cambios en el comportamiento
  • Peores hábitos alimenticios (a veces, sólo café al desayuno)
  • Mayor ingesta de alcohol (para calmarse)
  • Más cigarrillos por día (en el caso de fumadores)
  • Enfermedades relacionadas con el estrés

Es importante tener claro que podemos soportar mucho estrés. Con la amplia información disponible acerca del estrés y los daños asociados, es fácil entrar en pánico (por lo demás, la crisis de pánico deriva justamente del estrés). Puede ser bueno saber que recién después de tensiones muy prolongadas, sin posibilidad de recuperación, el sistema se sobrecarga a tal grado que surgen enfermedades de todo tipo.

Otra cosa que es bueno conocer, es que tenemos distintos grados de sensibilidad, y que el resultado de un fuerte estrés puede manifestarse de formas completamente distintas para diferentes personas. Entre otras cosas, depende de qué otros factores participan (por ejemplo, el estilo de vida).

Demasiadas exigencias y poco control

Una manera común de ver el estrés es como un desequilibrio entre las expectativas y exigencias del entorno, por un lado, y las propias capacidades y necesidades del individuo, por el otro.

Por lo general, la balanza se inclina más hacia las exigencias excesivas, pero puede ocurrir exactamente lo contrario: por ejemplo, si se tiene un trabajo monótono con un tiempo libre aburrido, si se está desempleado o si se vive en un ambiente de algún modo limitante, también se puede experimentar un fuerte estrés.

No es extraño que algunas personas se sientan estresadas con una situación mientras que otras no, pues todos tenemos diferentes condiciones y experiencias.

Percepción de los propios recursos y exigencias

El estrés depende en gran medida de nuestra percepción de la situación, es decir, de lo que creemos que “debemos” rendir y qué tan bien creemos que lo lograremos. Seguramente has experimentado alguna situación en que estabas muy presionado y preocupado, pero la superaste con éxito. Quizás incluso tuviste jaqueca unas horas después, lo que constituye una típica reacción de estrés generada por la preocupación excesiva.

El estrés, un tema de adaptación

El “padre” del estrés, Hans Selye, a partir de sus experimentos con animales creó un modelo para mostrar cómo funciona el cuerpo en respuesta a las presiones, la teoría de la adaptación. Observaba que sus ratas reaccionaban todas prácticamente del mismo modo, sin importar de qué modo habían llegado a estresarse. Pudo constatar que el cuerpo reaccionaba en tres pasos: primero, con alarma, luego con resistencia y, finalmente, con agotamiento:

La fase de alarma: el cuerpo moviliza todas sus fuerzas para enfrentar la amenaza o presión. Todo comienza.

La fase de resistencia: Las hormonas del estrés se mantienen en un nivel elevado. Los músculos reciben mucha sangre, el corazón late a toda máquina, los pulmones captan la máxima cantidad de oxígeno todo funciona al máximo para enfrentar la amenaza. Si el cuerpo logra superar la situación de buena manera, los síntomas del estrés disminuyen después de un momento.

Si la amenaza es demasiado grande o si permanece durante mucho tiempo - de tal forma que el cuerpo no se logre adaptar - caemos en lo que Selye denomina la fase de agotamiento. Él consideraba que las defensas del cuerpo se desgastaban sucesivamente y que finalmente los recursos corporales para oponer resistencia simplemente se agotaban.

Aunque la teoría en gran medida coincide con la forma en que vemos el estrés hoy en día, existe una diferencia importante: se ha demostrado que las defensas del cuerpo no se agotan. Ése no es el problema, sino más bien lo contrario: las defensas continúan y continúan, hasta que finalmente debilitan tanto el cuerpo que aparecen las enfermedades.

No podemos eliminar el estrés o todos los factores que nos causen estrés de nuestras vidas. Problemas, por ejemplo, con el trabajo, la familia o el dinero no siempre podemos controlar. Sin embargo, es posible aprender a manejar el estés para que no nos afecte de una forma negativa. Podemos controlar cómo nos enfrentamos a situaciones y podemos modificar nuestros pensamientos y conductas para reducir la tensión que ocurre en situaciones estresantes.

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